“Te pido que todos ellos estén unidos; que, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21). Vemos que la unidad ‘no es un hecho facultativo o de oportunidad, sino una exigencia que nace de la misma naturaleza de la comunidad cristiana (UUS 49). La unidad de los cristianos decía D. Julián García Hernando, ‘es cosa de creyentes y responsabilidad de todos’, pues responde a la voluntad de Jesús, de que todos sean uno y, además, una Iglesia dividida presenta al mundo un Evangelio contradictorio.

Divisiones en la Iglesia

A lo largo de la historia, la Iglesia ha sufrido tres grandes divisiones que han afectado a la visibilidad histórica de la unidad querida por Cristo:

  • División en torno a las doctrinas centrales de la fe

Trinidad, doble naturaleza de Cristo, maternidad divina, procedencia del Espíritu Santo. Nos referimos a las antiguas iglesias orientales que en los siglos IV-V se separaron de la Iglesia imperial con motivo de los concilios de Éfeso (431) y Calcedonia (451). Nos referimos a las Iglesias de Armenia, Siria, Copta y Etiopía. Se ha conseguido ya restablecer la unidad en la profesión de la misma fe cristológica, respetando la pluralidad de formulaciones.

 

  • División en torno a la autoridad eclesiástica

Relaciones Iglesia-Imperio, Primado Romano y ‘Filioque’.

Son las Iglesias Ortodoxas. Fecha 1054, año del cisma entre Oriente y Occidente. Ese momento fue precedido por tensiones y separaciones de tipo político con repercusiones eclesiales, por ejemplo, la división del Imperio Romano en dos y, seguida de acontecimientos históricos como las cruzadas (1095-1492), cuyas consecuencias ahondaron muy gravemente en la separación.

 

  • División en torno a la autoridad espiritual

La separación en el s. XVI de la Iglesia de occidente, produjo por un lado las comunidades eclesiales (Iglesias) surgidas de la Reforma protestante y la Iglesia católica por otro lado.

 

Como afirma Walter Kasper, nos encontramos aquí ante una separación ‘de diferente naturaleza’ y ante ‘otro tipo de Iglesia’. Discrepancias en la ‘interpretación de la verdad revelada: cristología, soteriología, la relación entre Escritura e Iglesia, es estatuto del magisterio doctrinal, la comprensión de la Iglesia y del ministerio ordenado, el papel de María y las cuestiones morales’ (Unitatis redintegratio -UR- 20-23)

En estos momentos ignoramos que pasó en aquellos momentos para que algo tan precioso que nos convocó en familia, en fraternidad se quebrara. Jesús no concibió fundar muchas iglesias, sino una y única Iglesia que fuera la encarnación histórica de la Buena Noticia de Dios, por eso, ‘la división contradice abiertamente la voluntad del Señor, es un escándalo para el mundo y perjudica la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura’ (UR 1). Desde el principio se creyó en la Iglesia como una, santa, católica (universal) y apostólica. La unidad de la Iglesia no se ha perdido, sigue siendo una, lo que se ha fracturado es la relación entre nosotros.

Iglesia universal a la luz de la Trinidad

La unidad nace del diálogo del Hijo con el Padre y tiene su manifestación en Pentecostés -misterio de unidad en la diversidad-, por eso, no se ha perdido la unidad, pues es una nota esencial y constituyente de la Iglesia. Existe una unidad profunda, invisible en Dios que nuestras divisiones confesionales no pueden destruir, pues ‘la Iglesia entera aparece como el pueblo de Dios reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ (Cipriano de Cartago).

‘Pensar la Iglesia según el modelo y el ejemplo de la Trinidad quiere decir, pues, pensarla como una realidad relacional y de comunión. La Iglesia no vive por sí, sino por el amor del Dios ‘triuno’ que se autocomunica; y tampoco vive para sí, sino en la comunicación del amor hacia dentro y hacia fuera…. La unidad, en adelante no quiere decir uniformidad, sino unidad en la pluralidad y pluralidad en la unidad’ (Walter Kasper)

Pero, la Iglesia es el misterio de salvación en la historia, y de la misma manera que ‘Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad’ (Jn 1, 14), así también la Iglesia es signo visible ‘para que el mundo crea’ (Jn 17, 21). El problema en nuestras relaciones es olvidar que cada Iglesia o comunidad eclesial forma parte de la diversidad y de la riqueza de la Iglesia, pero que en la particularidad nunca estaremos completos, pues estamos llamados y convocados a la unidad, a formar entre todos el Cuerpo de Cristo, ya que ‘el todo es superior a la parte’. Ninguna Iglesia posee toda la riqueza de la fe y ninguna puede pretender vivir separada de quienes caminamos a la misma meta y somos ungidos por el mismo Espíritu que nos lleva a abrazarnos al mismo Salvador.

La diversidad e incluso la separación no la hemos de vivir como un problema, pues el Espíritu Santo es rico en carismas y reparte como quiere, pero en su constitución la Iglesia es y sólo puede ser una y única. El camino de la unidad nos ha de llevar a compartir no sólo ideas o intentar llegar a acuerdos teológicos, sino a abrir espacios de encuentro donde podamos compartir también los dones que Dios ha entregado a cada uno.

La misión nos une

El mandato de Jesús de ‘Id, pues, y haced mis discípulos a todos los habitantes del mundo’ (Mt 28, 19), no creo que nadie pueda pensar que lo podrá hacer en solitario o que Dios a su Iglesia le entregará el poder de alcanzar a toda esta generación… La mano tiene cinco dedos, pero no es la que respira o bombea la sangre, o la que escucha… La unidad favorece la misión de anunciar el evangelio, pero la división, la indiferencia entre nosotros siempre será un obstáculo para que la Iglesia lleve a cabo la plenitud de la catolicidad. Aviso también, que cuando hablamos de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, al referirnos a la Iglesia como católica no nos referimos a la Iglesia Católica, sino a la universalidad del mensaje de Jesús, al ‘Id al mundo entero’. Al profesar la catolicidad de la Iglesia estamos diciendo que todos nos necesitamos, pues cada uno tiene dones maravillosos que no le pertenecen en exclusiva, sino que son propiedad de toda la Iglesia de Jesucristo, en la que estamos todos los bautizados, independientemente de la procedencia confesional: ‘la plena unidad y la verdadera catolicidad, en el sentido originario de la palabra van juntas’.

Es verdad que en la perspectiva histórica de la Iglesia han sucedido malentendidos, divisiones, enfrentamientos, pero, en este momento no tenemos la obligación de seguir alimentando eso, más bien lo contrario, pues sí estamos obligados evangélicamente a construir fraternidad y a reconocer que el Espíritu Santo no se agota en aquello que vivimos particularmente, sino que su acción supera, afortunadamente, nuestros límites y alcance. La universalidad de la Iglesia nos lleva a conocer que podemos enriquecernos con la visión de todos, sin tener que renunciar a lo que somos, a nuestra propia identidad. ‘Si realmente creemos en la libre y generosa acción del Espíritu, ¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros! No se trata sólo de recibir información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros… A través de un intercambio de dones, el Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y al bien’ (EG 246).

Personalmente, vivo el privilegio de entender que mi Iglesia no agota, ni me ofrece toda la riqueza del Espíritu Santo, por ello, disfruto la riqueza que viene de otras Iglesias o comunidades eclesiales y, eso, me ayuda a vivir con mayor fuerza, pues no puedo negar, sería un necio, que el Espíritu Santo actúa más allá de mi perímetro confesional. Abrazo la riqueza de todos para mostrar con más claridad la inmensidad del amor de Dios.

Desafío:

Necesitamos profetas de la unidad que apuesten por la cultura del encuentro. Esto nos obliga a conocernos y salir de los estereotipos, no siempre reales y verdaderos, que tenemos de los demás. No tengamos miedo a crear relación con aquellos que han sido redimidos con la misma sangre de Cristo. Previo a ese encuentro te invito a que ores por hermanos de otras confesiones.

“Procurad manteneros siempre unidos, con la ayuda del Espíritu Santo y por medio de la paz que ya os une. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como una sola es la esperanza a la que Dios os ha llamado. Hay un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo; hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos” (Ef 4, 3-6)