La unidad de los cristianos no es una causa que provenga de una u otra confesión, no es estrategia para asumir o fagocitar, imponerse…, no, la unidad de los cristianos es voluntad del mismo Cristo que dijo: ‘Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado’ (Jn 17, 21), pero, además, cuando hay división entre cristianos de diferentes confesiones, eso es un escándalo para el mundo, que no entiende la división y mucho menos las peleas confesionales, por lo que la división también perjudica la causa santa de la evangelización. Tenemos que ser conscientes que la unidad no requiere, ni compromete nuestras características confesionales. La unidad de los cristianos no es una pretensión de poder, de asimilar al otro y convertirlo en lo que soy, no, la unidad de los cristianos responde a la voluntad de Dios de ser uno, pero sin eliminar la identidad de confesiones que cada uno tiene, unidad en la diversidad, que siempre enriquece.

¿La unidad es elemento sustantiva o adjetivo para la fe?

Creo que lo fundamental es poner el acento y el esfuerzo no en lo adjetivo, ser de tal o cual confesión o congregación, sino hacer hincapié en lo sustantivo, en lo nuclear y, ahí sí estamos unidos perfectamente unos y otros, pues nuestro lugar ha de ser la cruz de Jesús, estar todos bajo ese sacrificio redentor.

El cardenal Kasper decía que la unidad de los cristianos se dará cuando todos y cada uno estemos más cerca de Jesús, pues es el lugar y la categoría teológica en la que debemos caminar, cuanto más cerca estemos cada uno de Jesús, más cerca estaremos todos de todos.

Soy sacerdote y hace años estudié Ecumenismo y diálogo Interreligioso en la Universidad Pontificia de Salamanca. Recuerdo que me abrió los ojos del alma para ver con claridad lo que es la Iglesia. Desde que recuerdo, ya en el Seminario, tracé amistad con hermanos evangélicos y, el Señor me ha guiado en mi ministerio a realidades donde he podido compartir y crecer con hermanos de otras confesiones. Durante varios años fui el delegado episcopal de Ecumenismo. En el tiempo en el que estaba estudiando en Salamanca, Eduardo un hermano mío de sangre, me comunicó que se quería ser cristiano Evangélico. Confieso que en un primer momento supuso un interrogante en la familia, pero también os comparto que hoy nos amamos y que caminamos juntos, no físicamente, en la misma Iglesia, con el mismo culto…, sin embargo, si creemos y celebramos al mismo Dios Uno y Trino, nos alimentamos de la misma Palabra de Dios, la fe que profesamos está recogida en los Credos de los primeros siglos, a Jesucristo, lo aceptamos como nuestro Señor y Salvador común, como verdadero Dios y verdadero hombre, mediador único y universal. Creemos que a nivel de fe tenemos el mismo origen, el amor de Dios y tenemos también el mismo destino y fin, llegar al encuentro cara a cara con Dios. Por lógica, aunque también por revelación hay un mismo y único cielo, por eso, todo el trabajo que adelantemos en el hoy de la historia ya lo tendremos hecho para cuando lleguemos al cielo y nos encontremos con todos nuestros hermanos, redimidos con la misma sangre de Jesucristo.

Hay otros elementos que, siendo importantes, no dejan de ser elementos que, en la jerarquía de valores (no todo está al mismo nivel), bajo la ley de la gradualidad, ocupan un lugar, no secundario, sino segundo. Forman parte de las legítimas diferencias confesionales, que no suponen peligro, sino riqueza. Ahora bien, en el diálogo y camino para la unidad de los cristianos debemos tener conciencia clara de cuáles son los aspectos que nos unen a todos en la misma Iglesia de Jesús, y cuáles son los elementos que, formando parte de la Iglesia de Jesucristo, nos identifican y califican más claramente a cada una de las confesiones.

Siendo todos, elementos o bienes de la Iglesia de Jesucristo, desde esa jerarquía de valores, hay elementos que son irrenunciables por todos y sin los cuáles no podemos hablar de Iglesia de Jesucristo; otros, son elementos de diferente categoría, que ayudan a vivir y acoger la Buena Noticia revelada a las diferentes confesiones. Estos últimos elementos no se encuentran en todos, pero al hablar de ‘catolicidad’ (universalidad) de la Iglesia solo podemos hacerlo refiriéndonos a la riqueza que viene de todos y que todos aportamos. En mi caso me gozo y necesito todo lo que unos y otros aportamos, no puedo prescindir de mis hermanos evangélicos, ortodoxos, católicos…

Cuestión fundamental

Ahora bien, en este camino de encuentro y diálogo, es claro que no podemos caminar en el relativismo eclesiológico y teológico, en un falso irenismo de cesión. En el diálogo deberemos mantener abierta y nítidamente nuestras identidades, pero evitando dos posibles riesgos:

  • Bajo el desconocimiento de la fe personal, elaborar un discurso que no respete, el verdadero diálogo que ha de partir de una clara identidad de cada uno. Podemos caer en el error de hablar a título personal, sin respeto a la tradición a la que pertenecemos.

 

  • Otro riesgo, es el ceder en posturas fundamentales de la fe, con el pretexto de fomentar la unidad. La unidad que alcanzaríamos sería una falacia, un engaño que, sin fundamento, no tendría solidez.

Cosa de creyentes…

Nos dice la Palabra que ‘todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación’ (2Cor 5, 18). La unidad, la reconciliación de unos con otros es un ministerio ineludible de la Iglesia en continuidad con la misión de Cristo, que no lo podemos dejar únicamente en manos de especialistas, sino que ha de encarnarse en las realidades pastorales y humanas más cercanas. D. Julián García Hernando, fundador de las Misioneras de la Unidad, decía que la unidad de los cristianos ‘es cosa de creyentes y responsabilidad de todos’ y responde a la exhortación y oración de Jesús de que ‘seamos uno’ (Jn 17, 21), pues la unidad de Dios en la diversidad de personas, Dios Trino, es el modelo de la unidad de la Iglesia en la diversidad de confesiones o familias cristianas, ya que la Iglesia dividida presenta al mundo un Evangelio contradictorio.

‘Cosa de creyentes y responsabilidad de todos’, pero la fe no es algo abstracto e íntimo, irreal y complejo, por ello, debemos redescubrir el gozo de creer y hacerlo en comunidad. Oro para que Dios levante profetas de la unidad, con audacia y madurez, que no tengan miedo de crear espacios comunes para compartir y orar, tiempos en los que podamos enriquecernos de lo que uno y otro tiene, compartir nuestros dones, ‘soñar’ con una Iglesia que se goza con los hermanos y que anticipa el encuentro que todos tendremos con Dios.

Este testimonio exige el conocimiento entre nosotros, el acercamiento, el deseo de unirnos, de compartir la fe y la misión. Decía el cardenal Mercier que ‘para unirse hay que amarse; para amarse hay que conocerse; para conocerse hay que encontrarse; para encontrarse hay que buscarse’. Le pido a Dios que toque nuestros corazones, que echemos fuera el miedo a dialogar, encontrarnos, compartir y amarnos los cristianos, sabiendo que hemos sido redimidos a precio de la misma sangre.

No podemos olvidar tampoco que la fe y la caridad se necesitan mutuamente. Es cierto que en cuestiones de justicia tenemos una mayor proximidad y no nos cuesta salir juntos al encuentro de los caídos en las cunetas de la vida, pero no podemos olvidar que nuestra identidad de cristianos descansa y se origina en un acontecimiento histórico de carácter salvífico, como respuestas de un Dios bueno y compasivo que establece una relación de familia con el hombre. La Iglesia, en cuanto presencia histórica de Cristo es misterio de unión de los hombres con Dios y signo universal de salvación.

Recuerdo que siempre que los cristianos han vivido situaciones de mucho sufrimiento, algo parecido a lo que estamos viviendo con la pandemia, a la hora de encontrarse al caído en el camino no preguntaban si era católico o evangélico u ortodoxo… Creo que la pregunta está de más, pero incluso, en el día a día deberíamos romper con la indiferencia, con el exclusivismo de la fe, con ciertas posturas que no nos ayudan a vivir la universalidad del Evangelio, el ‘id a todo el mundo’, por ello, no nos encerremos en lo adjetivo de nuestra fe, sino gocemos de compartir con gozo la parte sustantiva. Cuando rezamos, al decir ‘Padre nuestro’, Padre nos pone en una relación paterno-filial, pero el ‘nuestro’ automáticamente nos convierte en hermanos, con los mismos derechos y con una relación familiar que nada puede romper. Paz y bien.